domingo, 9 de febrero de 2014

Adivinanzas

Adivina adivinanza... (respuestas en clase)

Tengo cabeza de hierro                  
y cuerpo de madera    
al que yo le piso un dedo                     
menudo grito que pega. 


Mono, y no está en la selva;                         patín, pero no es un pato.                                                                          Tienes que decir qué es                                     antes de que cuente cuatro                                                                  

 

Subo llena
y bajo vacía,                                                           y si no me apuro,                                                la sopa se enfría.



domingo, 2 de febrero de 2014

El reto

El reto
—lo Siento —dijo José—, no puedo…
—No seas cobardica, vamos los dos juntos. Sólo son historias que nos
cuentan para meternos miedo, los fantasmas no existen. Si no vamos,
seremos el hazmerreír de la clase.
José y Rafa estaban bajo el viejo árbol de la plaza, escondidos en las
sombras, porque aunque era medianoche, la luna llena iluminaba el pueblo
con su luz fría y metálica. Se habían metido en un buen lío cuando accedieron
a jugar al “¿Te atreves?”.
El curso no podía haber empezado peor; de tutor les había tocado ni más ni
menos que D. Aurelio, el prófe más temido de toda la secundaria. No tenía
hartura a la hora de mandar deberes y además castigaba a todo bicho
viviente por la menor pequeñez. Fue famoso el caso del bueno de Gonzalo,
que el año anterior se pasó un trimestre entero limpiando pupitres por haber
pintado en el suyo con un rotulador, ¡y eso que el dibujo le quedó francamente
bien! Y para colofón, no se les había ocurrido mejor idea que lanzarse a jugar
con el chulito de Miguel al “¿Te atreves?” durante el recreo de la mañana.
Perdieron, razón por la que se habían tenido que escapar de sus casas en
mitad de la noche para completar el reto que les impuso.Y allí estaban cual pasmarotes, haciendo acopio de valor antes de enfilar el
camino del monte, el que se adentra en el bosque y termina en la gran
cancela de hierro de la casa embrujada.
La misión era en teoría sencilla: entrar en la casa durante la noche y dejar un
pañuelo rojo que les había dado Miguel como prueba.
—My hermana me dio estas chocolatinas, las he traído por si tenemos
hambre —dijo Rafa enseñando un paquete sin abrir—. También he cogido
una linterna y una brújula por si nos perdemos.
Empezaron a andar deprisa y sin hablar, escuchando el ruido del viento entre
los árboles mientras las hojas caían sobre sus cabezas como lluvia de
otoño. Oyeron a un pérro ladrar, más bien parecía el aullido de un lobo.
—Creo que he oído algo, unos pasos —susurró Rafa. Se dio la vuelta y se
paró, pero no vio nada.
El aullido se escuchó otra vez, más cerca.
—¿Nos están siguiendo? ¿Será un
hombre-lobo? —preguntó José con un
hilo de voz—. Tengo miedo, esto es
una mala idea, ¡sólo a nosotros sé nos
ocurre salir en noche de luna llena!
¡Volvamos!
—¡Ni hablar! Prefiero vérmelas con el
hombre-lobo ese a tener a la panda de
Miguel burlándose de mí todo el año
5—le contestó Rafa haciéndose el valiente.
Siguieron andando. El camino se hizo más estrecho y era difícil avanzar. Ya
nadie se adentraba por esa parte del bosque y las ramas de los árboles
invadían el sendero ocultándolo casi por completo.
Cuando llegaron a la cancela de hierro
volvieron a escuchar un ruido. Parecían
pisadas sobre las hojas secas, se pararon
y guardaron silencio, pero no vieron a
nadie.
José estaba cada vez más pálido, se
comio una chocolatina para darse ánimos
y sacó el pañuelo rojo de su mochila.
—Vamos —le dijo decidido a Rafa—,
terminemos con esto ya, no puedo más.
La casa estaba en un alto del terreno, inmensa y muy vieja, daba la
impresión de inclinarse hacia un lado, como los buques en las tempestades.
El viento empezó a soplar aún más fuerte batiendo las contraventanas de
madera, y las sombras de las ramas dibujaban figuras alargadas contra la
fachada.
Los amigos se miraron para darse ánimos. Subieron los peldaños de madera
que llevaban a la puerta principal, crujían a cada paso, despertando a un
enjambre de cucarachas negras, grandes como ratones, que salieron
corriendo despavoridas entre sus zapatos. José se armó de valor y empujó
la pesada puerta, que se abrió con un crujido aún más grande. Apartó con
67sus manos las telarañas que hacían de mosquitera y se dirigió a un gran
candelabro que colgaba en mitad del salón.
—¿Has visto eso? —susurró Rafa—, ¡hay alguien en el jardín!
Esta vez no había duda, “algo” se acercaba a la casa. Los amigos se
quedaron paralizados, las piernas les temblaban y no podían articular
palabra. Así, agarrados el uno al otro y pálidos como la nieve, vieron a la
figura empujar la puerta, momento en el que un destello de la luna iluminó
unos colmillos blancos y afilados.
—Si muero, te puedes quedar con mís Legos —consiguió decir Rafa a su
amigo.
En ese momento la figura misteriosa se plantó en jarras delante de los dos
niños.
—Pero ¿qué demonios estáis haciendo aquí a estas horas? ¡Estáis locos!
Llevo un buen rato llamándoos y no me hacéis ni caso. ¡A casa ahora mismo
y mañana hablamos! —gritó el fantasma enfurecido—. ¡Espero que al menos
hayáis terminado vuestros deberes!
La voz sonó como un trueno que hizo retumbar las paredes, pero sobre todo
sonó extrañamente familiar. Los amigos intentaban entender qué estaba
pasando ¿Por qué el fantasma les estaba echando esa regañina? Esperaban
un mazazo en la cabeza, o sentir como les absorbía el alma, tipo los
Dementores de Harry Potter, o cualquier otro tipo de tortura sangrienta y
dolorosa, pero ¿una riña? ¿Y qué era esa obsesión de este ser del más allá
por los deveres?
8De repente, todo cobró sentido. A decir verdad nunca se alegraron tanto de
ver a D. Aurelio acompañado de Nelson. Como todas las noches, había
salido a pasear a su pastor alemán cuando vio a dos de sus alumnos
deambulando solos por el bosque, y preocupado, les siguió monte arriba.
Durante el camino de vuelta, D. Aurelio no paró de regañarles mientras les
daba una lista detallada de los castigos que les iba a imponer, pero al pasar
por la cancela los amigos se miraron y no pudieron evitar una sonrisa de
triunfo. Miraron la casa embrujada, grande y gris salvo por un pañuelo rojo
que, colgado del gran candelabro, brillaba desafiante. El comienzo del curso
no iba ser tan malo después de todo, ¡habían cumplido el reto!





Aquí tenéis otro libro de la editorial weeble. Esta vez tendréis que encontrar la frase escondida. Cada palabra que veáis mal escrita (mayúsculas, tildes, faltas de ortografía...) las apuntáis en el orden que van saliendo y formáis una frase.